Las órdenes Terceras nacen en la Edad Media de manera espontánea, dentro del clima de intensa espiritualidad cristiana propio de la época. Algunos seglares piadosos buscaron una forma de afiliación o especial relación con las grandes casas religiosas que entonces eran, por lo común, las Abadías. Así nació la «Oblación benedictina», extendida a las Abadías de las órdenes monásticas. Pero el origen propiamente dicho de las T. ó. se encuentra en S. Francisco de Asís, quien hacia el 1212 comenzó a admitir seglares que, sin abandonar su propio género de vida, se incorporaban de alguna forma a la Orden franciscana. Hacia 1220, al redactar el Santo la primera Regla, codificó en cierta manera esta vinculación de los seglares a la Orden de los Hermanos Menores.

El estado penitencial contaba con siglos de existencia y con una amplia difusión dentro de la Iglesia. Al principio, englobaba a los pecadores públicos que tenían que cumplir una penitencia forzosa para ser recibidos de nuevo en la comunidad. Pero, con el paso del tiempo, junto a éstos comenzaron a aparecer otros penitentes de carácter voluntario, que buscaban en los rigores y privaciones penitenciales un camino de perfección cristiana, paralelo al monacato, pero asequible a todo el mundo, hombres y mujeres, seglares y eclesiásticos, casados o solteros. A principios del siglo XIII este estado penitencial se encontraba plenamente reconocido por la Iglesia. Algunos de los que lo adoptaban vivían como ermitaños, como oblatos en los monasterios o como reclusos en los núcleos urbanos. También los había que ayudaban en trabajos para edificar o reconstruir iglesias. Muchos de ellos eran personas casadas que adoptaban este género de vida sin abandonar el mundo. Existían grupos de penitentes que se organizaban para prestar servicios en hospitales u otras instituciones de asistencia. Una vez admitidos a dicho estado por el obispo, los penitentes quedaban exentos de sus obligaciones ciudadanas y militares y del pago de impuestos. Estos hermanos encontraron en la condición de “penitentes” el estilo de vida que mejor respondía a sus aspiraciones. Se presentaban a sí mismos como “penitentes de Asís” y como tales acudieron en 1209-1210 ante el papa Inocencio III para que aprobase su propósito de vida. El papa les dio su aprobación y al mismo tiempo les encomendó la tarea de predicar a todos la penitencia. “Hacer penitencia” es por tanto una connotación de la experiencia de Francisco y es lo que Francisco y los suyos debían pedir con insistencia a todos los fieles. La multiplicación de estos grupos de penitentes de inspiración franciscana hizo madurar tempranamente, tanto entre los frailes menores como entre las autoridades eclesiásticas, la idea de organizarlos dentro de una Orden. Así empezó a configurarse lo que pronto se conocería como “Orden de Penitencia” o “Tercera Orden” Franciscana, que como tal aparece mencionada en el Oficio y en la Vida de San Francisco compuestas por Julián de Espira en la década de 1230.

La Orden de penitencia no se organizó como una institución unificada bajo un ministro general, sino que el elemento de unidad lo proporcionaba más bien esa regla común que sus miembros profesaban. Su elemento constitutivo eran las fraternidades, que se colocaron bajo la jurisdicción de los obispos, que actuaban como sus superiores mayores. La autoridad de las fraternidades residía en la asamblea de hermanos que se reunía periódicamente. En sus reuniones se elegían el ministro y el visitador, o encargado de la instrucción y de la corrección. La vida en fraternidad no obligaba, sin embargo, a vivir en una misma casa, aunque había penitentes que sí lo hacían, congregados en pequeñas comunidades. Otros optaban, sin embargo, por llevar una vida de retiro y soledad. “El proceso de institucionalización de la Orden de Penitencia Tercera Orden  no se completó hasta el año 1289, cuando el papa Nicolás IV, antiguo fraile menor, estableció, por medio de la bula Supra montem, una regla definitiva para “todos los hermanos y hermanas de la Tercera Orden de la penitencia” de San Francisco. La Regla de 1289, bajo la que se rigieron los terciarios franciscanos hasta finales del siglo XIX, dejaba casi intactos los contenidos del Memoriale Propositi de 1228, aunque disponiéndolos en una forma más ordenada y estableciendo que los penitentes franciscanos quedasen preferentemente bajo el cuidado espiritual de los frailes menores».

Existe una tradición, amparada en algún que otro trabajo histórico, que la primera comunidad franciscana lucense fue fundada por el propio San Francisco en 1214, y que su primer convento estuvo en Santa María de Monte de Labio, al lado del Camino de Santiago. Sea como fuere la fundación de la comunidad Franciscana en Lugo es del siglo XIII. Caso a parte es lo que atañe a la comunidad de los Terciarios de San francisco o “Penitentes” que seria fundada algunos años mas tarde.A este tipo de comunidad (nos referimos a los “penitentes” debió pertenecer la primera casa terciaria franciscana, que se ubicaba en el “Burgo Novo lucense” en concreto entre la actual calle de las Noreas y la rua do Progreso, como nos consta por diferentes fuentes documentales. Estaba pues cercana al hospital de Santa Catalina y al camino de Santiago a su paso por la ciudad de Lugo, donde realizarían tareas de acogida a los peregrinos y a los necesitados de transito por la ciudad de Lugo. Si bien su fundación no podemos llevarla mas atrás del siglo XIV época en que de Galicia comenzaron a surgir comunidades de terciarios de vida en común, en casas levantadas frecuentemente junto a hospitales y eremitorios. En la década de 1370 había ya fundadas comunidades de este tipo en Sancti Spiritus de Melide, donde los religiosos atendían un hospital, y San Martín de Villaoriente. A partir de estas dos primeras fundaciones fueron surgiendo otras, que en unas pocas décadas acabaron por constituir una congregación de monasterios de la Tercera Orden.

 

Durante el siglo XV, la comunidad franciscana de Lugo gozaba de un merecido prestigio, residiendo con frecuencia el padre Custodio de la Custodia de Ourense como señala Abel Vilela. Grandes familias como los Trastámara, Ulloa o Bolaño, juntamente con una incipiente burguesía beneficiaban al convento en sus mandas testamentarias.

El siglo XVI estuvo marcado por una fuerte crisis en la orden Tercera de San Francisco, debida en parte a la desconfianza que en ella tenían los frailes regulares, (en este proceso también desaparecerá en Galicia la Orden Militar del Santo Sepulcro, pasando su encomienda de Pazos de Arenteiro a depender de la orden de Malta) esto traería como consecuencia un profundo desinterés por el que se prolongaría a lo largo de todo el siglo XVI, cuando el cronista Marcos de Lisboa daba casi por desaparecida la Tercera Orden Franciscana seglar en España.

La recuperación del franciscanismo seglar en España no comenzaría hasta el año 1606, cuando el capítulo general de los Frailes Menores Observantes reunido en Toledo acordó emprender una intensiva campaña para revitalizar la Tercera Orden. El efecto de esa campaña fue inmediato y sorprendente, y en pocos años la Venerable Orden Tercera comenzó a vivir uno de sus períodos de mayor esplendor. Este hecho coincide con la revitalización de la Orden Tercera de San Francisco en nuestra ciudad de Lugo, y la construcción de la primera capilla (que tras sucesivas ampliaciones dará lugar a la actual) y que incorporara nuevos modelos de espiritualidad a los actos de la Semana Santa en unión a los que se venían realizando por parte de la Orden de Predicadores de Santo Domingo, Dominicas de Santa María (a Nova), las Agustinas de la Plaza Mayor y la Catedral.

CONCLUSIÓN:

A pesar de la escasez de datos documentales al respecto, hemos podido esbozar a grandes rasgos, los orígenes de la Orden Tercera de San Francisco en Lugo, Institución religiosa que nació al amparo de la peregrinación a la tumba Apostólica en Compostela y que de acuerdo a su carisma y tradición estuvo siempre ayudando a las dificultades de los mas necesitados, en los cuerpos y en las almas. Con especial incidencia en el patrimonio inmaterial en lo que respecta a las manifestaciones públicas de piedad de nuestra Semana Mayor.

José Manuel Abel Expósito. Lugo-diciembre 2010

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