Pregón, José Manuel Novo Rodríguez.

Año del pregón: 
2006

 

Lugo 7 Abril 2.006

 

1 -Querido Obispo Fray José, Sr. Presidente de la Junta de Cofradías,

Sras. y Sres:

Recientemente la Iglesia ha recordado los hechos de Semana Santa como un proceso en el que Jesús sufrió indefensión. Ha hablado del juicio a Jesús y en consecuencia de un proceso contra Dios. Y siendo la salvación nuna puerta siempre abierta que se reitera en la eucaristía, no puede ser un proceso, una causa cerrada o prescrita, sino que forzosamente está vigente.

Sobre este juicio quisiera hablar como cristiano, y conforme a mi oficio, como abogado.

Y hacerlo cuando una parte importante de la sociedad ha impuesto que Dios no está ni se le espera, y que vivir bien es la mejor venganza, apartando en un rincón el resto, lo que le sobra o estorba.

Por eso la defensa de esta causa ha de ser en sus ultimas consecuencias. Y me acojo al beneficio de la defensa para que la sala disculpe cualquier exceso de celo en que pueda incurrir.

Hablaremos entonces de la tramitación irregular del proceso, el delito de que se acusa, y los argumentos de la defensa: de la necesidad y la humildad de Dios.

Cómo se tramitó el juicio es conocido de todos. Después de detenerlo lo llevan ante Anás que lo traslada atado al palacio de su yerno Caifás. Se actúa de noche, en familia y apartándolo del apoyo de los suyos, presentándolo como esposado, prejuzgando ya la comisión del delito.

Llevado ante el representante del Imperio, de nada servirá que se excuse en la actuación de Herodes, que lo devuelve sin cargos, tampoco que lo torture, lo disfrace burlonamente o les ponga en la alternativa de la libertad de un asesino. En última instancia reclamará del reo que se defienda, que no se mantenga en el silencio, pues él tiene poder para soltarlo o crucificarlo.

Y aún recuerda el texto que a partir de entonces trataba de liberarlo, cuando Jesús le contesta que todo poder viene de arriba y por tanto quien le entregó a él tiene mayor pecado, haciéndole presente que estaba siendo utilizado por la clase sacerdotal judía para obtener una muerte que por sí misma no podía imponer.

Será entonces cuando enfrenten a Pilato con el argumento definitivo: “Si sueltas a ese no eres amigo del César; todo el que se hace rey se enfrenta al César”. Puesto en la alternativa de ser a su vez acusado frente al Emperador se lava las manos, y tan sólo le queda la venganza de escribir en la tablilla de condena "Jesús de Nazaret, Rey de los judíos", y contestar a las protestas: "Lo que he escrito, lo he escrito".

Lo que he escrito lo he escrito. Fue otro quien lo escribió antes que él, pues ese título y ese proceso ya se anticipaba en los Profetas. Y sabemos así que Pilato no obraba por su propia cuenta como tampoco Caifás, de quien el texto dice que profetizaba cuando juzgó, antes ya de iniciar el proceso, que conviene que un hombre muera por una nación, pues profetizar supone aceptar la intervención de Dios en todo esto, en expresión de los Profetas la mano de Dios sobre mí, la mano sobre Jesús, que aceptó la copa que se le había preparado.

O, expresando de otro modo la actuación de Dios, también conforme a los Profetas: "si sacas lo precioso de lo vil serás como mi boca".

El proceso fue instrumentalizado, pero ¿cuál era el delito objeto de acusación?.

Quizá hacerse rey frente a los príncipes judíos, traer el vino nuevo frente a instituciones viejas, poner al ser humano como centro de todo frente a la legalidad del sábado. O quizá comportarse en el mundo con entera libertad, relacionándose con los paganos, los romanos, las prostitutas, los leprosos. Y afirmar así su igualdad, y la fraternidad para con todos, los pobres y los pecadores antes incluso que los justos.

No puede extrañar entonces que lo que se presentó primero con mansedumbre, la libertad, igualdad y fraternidad, se asimile y realice después como revolución. Ni que estableciendo la necesidad de anunciar a todos la buena noticia, se anticipe un mundo sin fronteras. O que podamos hablar de la globalización solidaria después del trabajo de tantos misioneros.

Tampoco que hoy se acuda, frente a culturas fundamentalistas, a recordar aquéllo de dar al César lo que es del César, donde se constituye la separación de la sociedad civil y la fe. Y se confirma después al ordenar a quienes manifiestan la fe, sacudirse el polvo al salir de dónde no se les acepta, expresando simplemente la necesidad de no adquirir los valores que precisamente se trata de cambiar.

Ni puede extrañar que llevemos marcada en el subconsciente cultural de occidente la escena de la lapidación. O recordemos a María Magdalena, la que fue prostituta, como la primera en ver a Jesús resucitado. Y la representemos en imágenes con el pelo alborotado frente a la Virgen, a la que Murillo pinta Inmaculada con el pelo negro cayendo sobre los hombros.

Se inició entonces un verdadero cambio de civilización, que ya estaba escrito siglos antes: "pondré la Ley en su pecho y la escribiré en sus corazones".

¿Hay algún delito más del que se le pueda acusar? Quizá obligar a morir a Jesús. Pero todos aceptamos que se trató de la decisión de un hombre libre, y que entonces somos libres también por un acto de libertad.

Quizá podamos recriminar a Dios su silencio. ¿Pero cómo podría entonces ser libre el hombre si Dios no permaneciese callado? ¿No es su silencio expresión de confianza?

Y confianza ¿no debería significar que tú crees en mí porque yo creo en ti?. Y en consecuencia creer en Dios, al menos porque él ha creído en nosotros.

Como creyó en Pedro, que había de ser cabeza de la asamblea que él convocó, que le defiende hasta con la espada para terminar negándolo después, anticipando que Dios acepta las limitaciones de quienes componemos la Iglesia como las de cualquier ser humano.

Pero la acusación verdaderamente dura es habernos sometido al dolor y la muerte. Es el chiste del ateo, "la única disculpa de Dios es que no existe". Son los argumentos de los pensadores que Albert Camus resume en "El hombre rebelde".

Y poco importa que se hable de salvación y del pecado original. La respuesta es contundente: que culpa tengo yo si me has creado así. Y sujeto además a la enfermedad y la vejez, el sufrimiento y la muerte. Y condenadotambién a soportar la libertad de los demás.

Esta es la auténtica acusación: haberme creado, mortal y libre.

¿Y qué argumento de defensa tiene Dios frente a ésto?. ¿Acaso hay un error en su mente, o simplemente es injusto? ¿Qué contesta a quién no ve la vida como un don sino como un castigo?

La respuesta estaba escrita necesariamente desde la creación del mundo: la necesidad de Jesucristo y su humildad.

Si hay una acusación establecida en forma, debe haber un juicio, y si soy culpable de haberte creado, debe haber una condena. Y la hubo.

Y se contestó así al odio y al rechazo del hombre:

-¿Se defendió Jesús de los cargos?. ¿No los acepté yo en su silencio?.

-¿Le defendieron los suyos?.

-Cuando te lamentas de tu soledad y de tu angustia, ¿no la sufrí en mi hijo?.

-No sufrí la esclavitud de que te quejas vendido a precio de esclavo.

-No fuí traicionado con un beso, para responderte a ti, que ves traición y a un Dios cínico, que promete felicidad en la belleza de las cosas.

-No me condenaron todos, hasta el pueblo. Y me despreciaron y torturaron a conciencia.

-No me puse como asesino y ladrón, por acusarme tú de quitarte la vida fría y calculadamente, de robártela.

-Y me sentí abandonado en la cruz, al final, como tú.

Quizás un ateo podría aceptar un Dios así. Camus en su libro casi lo hace. ¿Pero y el católico?. ¿Puede el católico aceptar un Dios así?.

Un Dios de amor sin límites que no quiere ser motivo de escándalo incluso para el que lo niega.

Un Dios que acepta su condición de pecador y se circuncida. ¿O no decimos que Cristo es imagen visible del Dios invisible, y que el crucificado es Dios?.

Pues bien, para los católicos Dios lo dejó escrito. En el secreto como Dios, y en lo manifestado como Jesús.

En el secreto del confesionario, donde está al reunirnos dos en su nombre para reconocer nuestros límites, donde al absolvernos reza personalmente con cada uno de nosotros, la oración del cura: “Dios padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y resurrección de su hijo, y envió el Espíritu Santo para el perdón de los pecados, te conceda por ministerio de la Iglesia el perdón y la paz”.

Aceptando que Jesús es Salvador, la oración dice que envió el Espíritu para el perdón de los pecados, pero reconcilió consigo al mundo, que estaba y está enfrentado a Dios, que rechaza la idea misma de Dios, lo compensó mediante la muerte de su hijo. Y está escrito desde el principio de los tiempos que había de morir para restablecer la amistad con el hombre.

Y lo dejó manifestado en el bautismo de Jesús, cuando Juan el Bautista lo ve venir, y trata de impedírselo diciendo “Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?”. A lo que Jesús contestó “Déjame ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia”. Y le dejó.

Juan, de quien hoy celebramos el santo, le bautizó. Dios se dejó bautizar por el hombre, con un bautismo para el perdón de los pecados.

Para que cumplamos, tú y yo, toda justicia. Para que perdones someterte a ésta prueba, y sepas que confieso el pecado de haberte creado.

Para que no tengas miedo, ni dudes de mi amor y de la dignidad de tu condición.

Y en ese momento baja el espíritu y una voz manifiesta: “Este es mi hijo amado, en quien me complazco”. Diciendo, cómo te quiero por haber hecho eso, lo que me complace, mi voluntad. Y así se restablece la alianza, la amistad eterna entre Dios y el hombre, al decir Dios: perdona, pero tiene que ser así. Si quieres vida ha de ser así.

La causa contra Dios no puede prosperar porque la humildad de Dios es infinita.

Bien, dirá alguno, ha pagado el delito pero no ha contestado a los cargos.

Hablemos entonces de esas cosas que nos preocupan, el dolor, la libertad, el amor, la muerte. Y defendamos su inocencia, la necesidad de Dios y su humildad.

En el libro de Camus “El hombre rebelde” se cita entre otros a Nietzsche, quizá el más anticristiano de todos los filósofos. El mismo que en el S.XIX constató que “Dios ha muerto”. De él es una frase sobre el sufrimiento:

“El placer es más profundo que el dolor, porque el dolor dice pasa y el placer dice queda”.

Y es verdad que en los momentos de placer no queremos que el tiempo termine, pero en los momentos de dolor queremos que el tiempo acabe cuanto antes. Porque el dolor pone de manifiesto nuestros límites. Y nos hace en consecuencia mirar hacia lo ilimitado. Deseamos un tiempo que no acabe, contrario a nuestra naturaleza, deseamos la eternidad y el dolor nos empuja a ella.

El dolor nos empuja a la eternidad pero también al amor, porque el dolor nos llama. Y reconocemos como inhumano a quien tortura y provoca el dolor deliberadamente, a quien se desentiende del dolor del prójimo, incluso del desconocido o del enemigo. Su dolor lo sentimos como propio y se establece ahí una solidaridad básica, nuestra propia limitación nos abre y nos acerca al otro.

Y será también, precisamente porque nuestra condición es limitada, que está en nuestra naturaleza tratar de trascender los límites, quererlo todo. En el reconocimiento por el dolor de nuestra condición, al esperarlo todo queremos separarnos de todo, del mundo, elevarnos como quien tiene alas ¿y no deberíamos en consecuencia, al menos intentar, renunciar a todo?. Y el caracter ilimitado de lo que esperamos también está recogido en los textos. “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni la mente imaginó lo que Dios tiene preparado para los que le aman”, y también “cómo no nos dará con él”, con nuestro hermano mayor Jesús, “graciosamente todas las cosas”.

El dolor nos lleva a Dios. Por eso en Semana Santa las imágenes y los pasos se obsesionan con el dolor, porque el dolor nos llama, y así lo decimos del crucificado, que nos llama desde la cruz.

Y en necesaria contraposición las imágenes en Navidad se entregan a la ternura. Y queremos reconocer como sagrada la expresión del afecto en la intimidad de la familia.

Podemos entonces imaginar al niño de la mano de sus padres, quién sabe si corregido alguna vez por su padre adoptivo. Y junto a José, María, la esclava del señor, que ve como con doce años su hijo se pierde, y cuando lo encuentra aun parece que le recrimina que debía saber que estaba en casa del Padre, pues es consciente de su condición de Dios.

El texto nos dirá que María conservaba cuidadosamente estas cosas en su corazón, y tiempo después en las bodas de Caná al reclamarle ayuda en la condición que le manifestó, volverá a contestar de forma extraña en un hijo “Que tengo yo contigo mujer”. Pero María conserva en su corazón el conocimiento de la verdadera naturaleza de Dios, no la aparente, y dirá a los sirvientes “Haced lo que el os diga”. Y Jesús accederá a lo que pide.

¿Pero cómo es esto?. ¿No era María la esclava del señor?.

Cuándo nosotros repetimos la oración también afirmamos “hágase tu voluntad”. ¿Pero su voluntad no fue hacerme libre?. ¿Entonces?. ¿Cómo puede ser una misma cosa obediencia y libertad?. ¿Qué sentido tiene, cómo explicar esa reciprocidad?

Los textos insisten en ésta idea: “Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor, antes bien recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: padre”, papá. O “dichosos los siervos que el señor al venir encuentre despiertos, yo os aseguro que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno a otro, los servirá”.

Aquí y en el futuro Dios es el que sirve, el que lo sostiene todo, incluso nuestra libertad, el que lo traspasa todo y está en todo. Y para ello hemos de anticipar que Dios se une desde el principio a nuestra naturaleza, que de algún modo está ya en nosotros.

Los textos también nos hablan de esta condición de Dios: “Libre como soy me he hecho esclavo de todos... todo en todos para ganar, sea como sea, a algunos”, “lo que haces a uno de estos pequeños, a mí me lo haces”, ”si no eres fiel, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo”. O en otro sentido: "el que se une al señor es un espíritu con él", “Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él”.

Dios en efecto amó primero al hombre, quiso enamorarse de su propia creación y poseerla. Y como todo enamorado se deja arrastrar por el objeto de su amor, se deja arrastrar por el hombre, soporta la libertad del hombre.

Y aconseja el perdón como aceptación de los errores en el uso de la libertad misma, porque es él quien establece la propia vida como aprendizaje en libertad. De modo que al final la muerte tan sólo se constituye en nuestra mayoría de edad.

Y si acaso lo vincula en el matrimonio, para que se acostumbre a no estar sólo, viviendo dos en una sola carne los que han de ser dos en un mismo espíritu, acostumbrándonos a un mismo querer y no querer.

A nosotros queda hacer presente, en la procesión del Jueves Santo, Día del Amor Fraterno, en la eucaristía, la manifestación de ésta unión y reciprocidad.

Así que confesemos nuestra fe ante esta sociedad desde este rincón.

· Con Pablo, porque cuando muramos descansaremos de nuestros trabajos y Dios de los suyos. Y si Dios nos forma y nos trabaja, si somos el trabajo de Dios, no deberíamos preguntarnos ¿quién como Dios?.

· Con Juan el Evangelista, cuando recuerda como en la última cena Jesús se ciñe una toalla para lavar los pies a sus amigos, y Pedro es consciente de que ese es un trabajo de esclavo y se niega indignado: “No me lavarás los pies jamás”. A lo que Cristo contesta:“Si no te lavo no tienes parte conmigo”.

Es duro admitir que Dios mismo se ha puesto a nuestros pies para lavarnos, pero tan pronto como lo entendemos resulta extremadamente fácil aceptar sus consecuencias. NUESTRA DEPENDENCIA, NUESTRA HUMILDAD Y NUESTRA GRATITUD, UNA INMENSA GRATITUD.

Confesemos nuestra fe y afirmemos nuestra fe. Sin reservas. En ese Dios. El Dios necesario y humilde.

· A quien cogemos en brazos cuando nace y cuando muere, para poder él cogernos en los suyos.

· Que se hace adoptar por el hombre, para adoptarnos después.

· Que se da una madre, para poder obedecerla.

· Y se hace bautizar por el hombre, para afirmar nuestra amistad para siempre.

· Que se confiesa con el hombre, para perdonarnos el también.

· Que es torturado y crucificado por el hombre.

· Que “nos marca con su sello”, como si fuésemos de su casa y de su familia, para que sepamos de dónde somos. “Y pone en prenda su espíritu en nuestros corazones”, en prenda, en garantía, con derecho a retenerlo para que pague su deuda con el hombre.

Ese Dios está aquí, en la Iglesia Católica. Su reconocimiento se llama adoración.

Y ahora que está próximo a terminar el tiempo del ayuno recordemos que no consiste en la ceniza y doblegar como junco la cabeza. “¿No será más bien éste otro el ayuno que yo quiero: desatar los lazos de maldad, deshacer las coyundas del yugo, dar la libertad a los quebrantados, y arrancar todo yugo?. ¿No será partir al hambriento tu pan... y de tu semejante no te apartes?”.

Este es el Dios en el que creo, un Dios en sus últimas consecuencias. Y que su amor, su humildad infinita es la garantía de nuestra libertad. Nuestro amor y nuestra humildad la única respuesta.

Gracias a la Junta de Cofradías por su invitación, a mis compañeros de Adoración Nocturna por su apoyo estando hoy aquí, y a ustedespor su paciencia.

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